Sé compasivo con todos, especialmente contigo mismo/a

“Nada puede hacerme daño excepto yo mismo. El mal que me agobia lo llevo conmigo y jamás sufro realmente, si no es por mi culpa”.

San Bernardo de Claraval

En una lectura anterior reflexionábamos sobre el hecho de que los seres humanos estamos hechos de palabras, y que por lo tanto, nuestra felicidad o nuestro sufrimiento dependerá en buena medida de las palabras con las que pensemos y nos comuniquemos con otras personas. Pero, como a menudo suele ser en la vida, las cosas no son tan fáciles como parecen debido a dos situaciones:

•La primera es que otras personas a menudo nos comunican palabras que no queremos escuchar, así como palabras que nos lastiman y que nos denigran.
•La segunda es que a veces nosotros mismos nos denigramos y nos tratamos de forma violenta, y esto en muchos casos no es más que una introyección de palabras que otras personas nos dijeron y que nosotros comenzamos a decirnos sin siquiera darnos cuenta de ello.

La clave para resolver este problema se encuentra en la cita de San Bernardo de Claraval con que comienza este escrito. Pero ¿qué significa? y ¿cómo puede ponerse en práctica?

1.No aceptes lo que no te pertenece y deshazte de lo que no te sirve. Una vieja historia sobre un maestro samurái que fue insultado y menospreciado por otra persona, relata cómo sus alumnos se sintieron decepcionados de que esa figura que tanto admiraban no se hubiera defendido. El diálogo que siguió fue más o menos así:

– Si alguien se acerca a ti con un regalo, y tú no lo aceptas, ¿a quien pertenece el regalo? preguntó el samurai.
– A quien intentó entregarlo – respondió uno de los discí¬pulos.
– Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – dijo el maestro. – Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.

Así que entonces, si alguien te insulta y te menosprecia, tú no estás obligado a apropiarte de la agresión. Y de igual modo si lo que te pasó fue que aprendiste a agredirte a ti mismo/a porque alguien más te agredió antes y ahora solo lo has interiorizado, la buena noticia es que no tienes que seguir haciéndolo, sino que tienes la capacidad y la libertad para deshacerte de ello.

2.Deja de ser tu propia víctima. Tristemente lo que muchas veces ocurre es que nos torturamos a nosotros mismos porque es lo que aprendimos a hacer y porque ello además consigue que ganemos la compasión y la atención de otras personas. O como dice Thich Nhat Hanh:

“Para las personas es muy difícil dejar ir su sufrimiento. Debido al miedo a lo desconocido prefieren sufrir, porque esto les resulta familiar”.

Pero esto no tiene que ser así, no hay razón para que debas seguir torturándote…

3.Sé amable contigo mismo. Lo más probable es que seas comprensivo/a y amable con las personas que más quieres cuando ellas cometen un error, pero en cambio seas muy severo/a contigo mismo/a cuando eres tú quien se equivoca. Pero hay más buenas noticias: esa compasión y amabilidad que descubres en ti para tratar a otras personas, también puedes ofrecértela a ti mismo/a. Es más, no solo es una posibilidad, sino que es un consejo bíblico:

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mc 12, 31

4.Recuerda quien eres. Este punto puede resultar un tanto polémico para quien no cree en Dios, pero sea como sea, creo que es posible obtener una enseñanza importante de esto, sea que haya fe en Dios o no. La buena noticia para el creyente es que su existencia en este mundo no es una casualidad, sino que tiene un propósito que ha sido designado por Dios. En otras palabras: si Dios existe, entonces es bueno que yo exista, mi vida tiene un propósito, una razón de ser, mi vida es necesaria e importante. Pero si Dios no existe, entonces no somos más que un accidente afortunado o infortunado, según se le quiera mirar, y al final de nuestro paso por este mundo, si no hay vida después de la muerte, será irrelevante si sufrimos o no, si fuimos felices o no.

Estos consejos pueden sonar exagerados, poco realistas, pero vamos a ponerlos a prueba con un caso real:

Había un muchacho que cuando era pequeño se dejó engañar por las voces de sus compañeros de escuela que le decían que su papá no era un gran hombre, no era alguien digno de admiración. Además por si fuera poco, él solo, sin ayuda se convenció a sí mismo de que su papá no lo quería. Con estas ideas en mente, el muchacho fue creciendo, pero siempre tuvo una relación distante con su progenitor. Casi nunca platicaban, casi nunca se demostraban afecto.
Pero a pesar de todo, este joven tenía la intención de mejorar la relación con su padre, de llevar una mejor relación con él y en algún momento sentarse a platicar para hacer las paces. Este propósito del muchacho se volvió más urgente cuando su papá enfermó de un padecimiento serio que ponía en riesgo su vida, así que se propuso hablar con él en navidad, cuando más oportunidad había de platicar. Pero no se atrevió… Tan poco habitual era que platicaran, que no se sintió en confianza para hablar con él, así que lo pospuso: “ya será en Semana Santa”.
Pero esa segunda oportunidad nunca llegó. Su padre falleció apenas comenzando enero y el protagonista de nuestra historia quedó en una posición muy delicada: había tenido el buen propósito de hablar con alguien importante para él, había tenido y el tiempo y el espacio para hacerlo, pero simplemente no lo hizo. ¿Qué podría hacer ahora? ¿Cómo iba a enfrentar tal situación?

¿Qué te imaginas que sintió? ¿Qué piensas que le pasó a este muchacho?
Lo más razonable es que estuviera destrozado, con una profunda tristeza y experimentando una enorme sensación de culpa. Posiblemente reprochándose a sí mismo, insultándose, denigrándose…

Pero no fue así, sino que, contra todo pronóstico, este joven salió fortalecido de esta experiencia. Suena imposible, ¿verdad? Pero es tal como lo relato. Lo primero es aclarar que el muchacho sí experimento un dolor muy intenso, pero tal como decía una de las lecturas anteriores (http://religion-btec.blogspot.com/2018/11/si-no-se-abraza-la-cruz-no-hay-salvacion.html?m=1) lo que hizo fue abrazar su dolor, aceptarlo a sabiendas de que era inevitable y que luchar contra él solo lo haría peor. Luego, en lugar de hacerse la víctima y evadir su responsabilidad, reconoció su error, reconoció que se equivocó, pero se trató a sí mismo con compasión y con amabilidad (puntos 2 y 3). Y por si lo anterior hubiera sido poco, fue aun más lejos y terminó por resignificar su historia, dándose cuenta de que en realidad su padre sí había sido un hombre admirable y que además sí había sido querido por él (punto 1, en cuanto a deshacerse de algo que le había sido dado por otras personas). Y por último, fue capaz de recordar su verdadera identidad, reconociéndose como un hijo muy amado de Dios que había sido bendecido abundantemente incluso en medio de una experiencia tan dolorosa como la que vivió (punto 4).
Nada de lo anterior habría sido posible por sus propias fuerzas. La única forma de explicar cómo es que las cosas se dieron así es la gracia de Dios. Pero eso es otra historia, otra lectura…