Necesidad de conexión

"En la mayor parte de la gente, nada despierta más sentimientos de profundo terror que la experiencia de absoluta desconexión con los demás; pero, del mismo modo, nada vitaliza más el espíritu humano que la experiencia de conexión amorosa, que nos asegura que no estamos solos y que contamos para alguien".  

David G. Benner 

Es prácticamente imposible entender a un ser humano como un ser aislado, independiente, solitario. Todo en la persona humana, dentro y fuera de ella nos habla de conexión, de trabajo conjunto. En lo que al cuerpo se refiere, nuestros diferentes sistemas están conectados unos con otros y trabajan de forma interdependiente para asegurar nuestra supervivencia y nuestras actividades cotidianas. El cerebro, por ejemplo, está compuesto por millones de neuronas que por sí solas, aisladas del resto son prácticamente inútiles, pero al comunicarse entre unas y otras en complejas redes interacción, dan lugar uno de los sistemas más poderosos y fascinantes de todo el universo. 

En el ámbito del exterior, hay muchos ejemplos que nos demuestran cuán importante resulta para el ser humano conectarse con otras personas, en lugar de “hacer la guerra por su cuenta”. Como muestra podemos citar la música y el deporte: en estas actividades puede observarse que no siempre la agrupación con los mejores elementos individuales es la más exitosa, pues muy a menudo tiene mejores resultados aquella en la que sus integrantes están más compenetrados. Un grupo musical o un equipo deportivo son mejores cuando sus integrantes tienen buena “química”, es decir, cuando están más conectados. 

Ahora bien, a nivel personal, ¿qué implicaciones tiene para nosotros la necesidad ineludible que tenemos de sentirnos conectados? El doctor en psicología clínica Larry Crabb nos dice sobre esto que:

“...muchas de las dificultades que asumimos como síntomas de un desorden psicológico son de hecho evidencia de un alma desconectada”.

De lo cual podemos concluir que, no satisfacer nuestra necesidad de conexión, no es una mera cuestión de gusto, sino que es un asunto de salud psicológica y espiritual. No conectarnos implica enfermar. Pero, ¿a qué se debe?, ¿cómo puede ser que no demos satisfacción a una necesidad tan importante? 

La respuesta tiene que ver con los costos y los riesgos que implica el conectarse. Conectarnos es hacernos vulnerables. Por eso lo anhelamos y al mismo tiempo le tememos. Conectarte profundamente con alguien implica el riesgo de enfrentar una traición, un abandono, una pérdida. Implica también la incomodidad de revelar las partes oscuras de tu ser y de tener que lidiar con la oscuridad de la otra persona. Por ello, a menudo recurrimos a salidas falsas o falsas conexiones. David G. Benner explica esto con las siguientes palabras:

“Paradójicamente, sin embargo, a lo que anhelamos más profundamente también le tememos. ¿De qué otra forma podemos explicar nuestra renuencia a ser verdaderamente conocidos por aquellos con quienes somos más íntimos? A menudo parece que lo que queremos es el fruto de la compañía, pero sin las demandas de la genuina intimidad”.

A continuación, abordamos brevemente algunas de las estrategias equivocadas a las que más recurrimos para lidiar con nuestra necesidad de conexión:

• Conexiones superficiales. Tenemos personas con quienes reunirnos, con quienes pasar el tiempo, pero la plática resulta siempre sobre cosas exteriores: política, deporte, religión, cine, música, otras personas. Pero no hay intimidad psicológica, no se comparten cosas del interior de cada quien.  
• Alcohol y otras drogas. Simplemente se evade el afrontar la necesidad de conexión. Se recurre al alcohol o las drogas como un anestésico que calma el dolor temporalmente o que embrutece para no pensar (y sentir) en ello. El problema aquí es que no se resuelve nada, solo se pospone de manera efímera y al pasar el efecto, el malestar sigue ahí. 
• Sexualidad compulsiva. Algunas personas recurren a relaciones sexuales sin compromiso, relaciones en las que no existe una conexión emocional con la otra persona. Lo hacen porque en el acto sexual encuentran de forma muy efímera una sensación de estar conectados con la otra persona... Pero lamentablemente, lo que en el fondo seguimos anhelando es conectarnos emocionalmente, comprometernos con alguien y que ese alguien se comprometa con nosotros... tener a alguien que piense en nosotros incluso desde la distancia. 
• Usar a otras personas/dejarte usar. Usar a alguien como objeto o ser usado como objeto es, en cierto sentido, más seguro que arriesgarte a conectarte profundamente. Obtener algo que necesitas de otra persona, pero sin vincularte, sin exponerte puede ser muy tentador; de ese modo tus sentimientos no están en riesgo. De igual modo, dejarte usar puede brindarte la sensación de ser valorado/a o deseado/a, pero sin exponer tus sentimientos. 

Pero todavía hay más, como nos lo explica el poeta sueco Hjalmar Söderberg: 

“Todos deseamos ser amados,
en su defecto, admirados,
en su defecto, temidos,
en su defecto, odiados y despreciados.
Deseamos despertar una emoción
en quien quiera que sea el otro.
El alma se estremece ante la vida
y busca el contacto sin importar a qué precio”.

Para concluir de un modo más positivo o propositivo, me gustaría invitarte a ser valiente, a arriesgarte a establecer conexiones profundas con tu familia, con tus amigos, con una pareja sentimental y también con Dios (si crees en Él). A menudo descuidamos todas esas relaciones, permitimos que nuestras interacciones se vuelvan superficiales, simplemente porque es más cómodo, menos arriesgado. Pero como dice David G. Benner en la cita que abre este texto: “nada vitaliza más el espíritu humano que la experiencia de conexión amorosa”. Nada nos hace más felices que conectarnos profundamente, que querer y ser queridos. Así que la respuesta a estas preguntas depende de ti:

¿Prefieres intentar ser feliz o solo estar cómodo/a? 

¿Estás dispuesto/a a pagar los costos de conectarte profundamente con otras personas?